sábado, 1 de mayo de 2010

Un día en Caracas con bastón

Por Bruno Mateo

Caracas, es una ciudad ubicada al centro norte de mi país Venezuela. Es la capital de la nación. Lo que hace presumir que debe ser la metrópolis más cosmopolita del país. Es un lugar lleno de tecnología por donde se mire. Está cundida de contrastes: edificios con arquitecturas de avanzadas como los ubicados en Altamira y los Palos Grandes que perviven con casas de la vieja ciudad como las viviendas de las parroquias de Altagracia y la Pastora. Aquí pueden encontrarse los más variadas formas de vidas. Los hay quienes poseen mucho dinero: los comerciantes, en su mayoría, de otras nacionalidades, los políticos de vieja data o los más recientes; por otro lado, hay personas que viven en una pobreza importante y existimos los que tenemos una profesión u oficio, gracias al esfuerzo de nuestros padres, y que debemos trabajar todos los días para comer. En resumidas cuentas, Caracas es así.

Sin embargo, la tecnología que presume delante de las culturas europeas y gringas no se compagina con las maneras propias de una cultura en pleno desarrollo. Pareciera que en la medida que Caracas se convierte en una ciudad moderna la gente va perdiendo la civilización y la sensibilidad como seres sociales. Digo esto por todos los vejámenes y atropellos que he sufrido en estos dos últimos meses . Yo tengo una pequeña fisura en mis caderas, esto me hace caminar con un bastón hasta tanto no sea intervenido quirúrgicamente, mientras espero, por supuesto hago mi vida normal… pensé que sería normal.

Salir con un bastón a las calles de Caracas sin carro propio es un verdadero reto. Comienzo a relatar un día cotidiano: me despierto, me baño, etcétera. Salgo y tomo el ascensor para llegar a planta baja. No hay problema. Camino hacia afuera. Tengo que subir unas escaleras. Las subo. Voy a tomar un “carrito” (como llamamos en la capital al transporte público, que no entiendo lo de público porque pertenecen a privados) Muchos de ellos no se paran. Por la sencilla razón de que tengo un bastón. Pasé al grupo de personas longevas y estudiantes con uniformes, quienes son vistos por los chóferes como una especie de personas no gratas porque están exonerados del pasaje de 2 Bs. Después de unos cuantos minutos logro coger uno. Una vez dentro, veo que no hay asientos y para mí, en estos momentos, es necesario sentarme para evitar una lesión mayor. Pues nadie me cede el puesto. ¡Qué casualidad! Todos los tipos están dormidos y se despiertan justo cuando llegan a su destino. Quisiera tener un despertador biológico como el de ellos. Las mujeres nunca dan sus puestos, ni siquiera con otras mujeres embarazadas o de la tercera edad. Me la aguanto. Llego al destino. Intento bajar. No puedo. Debo esperar a que la manada de gentes en las paradas suba desaforadamente, sin importarles que tenga un bastón. Más bien me aparto hacia algún espacio libre del conglomerado. Cuando voy a bajar, el chofer arranca. Pego un grito para que se detenga. El hombre me dice: ¡Coño! ¡Estás “aguevoneado”! ¡Apúrate!... ¿Qué tal? Me bajo y me dirijo al banco. ¡Ufff! Lo peor. Caminar entre la multitud con un bastón. Te llevan. Te empujan. Se te cruzan. Te tropiezan. Te insultan. Te piden dinero. Eres un discapacitado motriz. Logro entrar en el banco y como me duele un poco la pierna. Hago la cola habilitada para las personas discapacitadas. ¡Gran error! El vigilante, quien, en ese momento, estaba haciéndole la zalama a uno de los empleados del banco se me acerca y me dice que me debo salir de esa taquilla porque yo estoy joven. Le explico mi situación. No le importa. Los vigilantes privados parecen policías de jefaturas de la cuarta república. No tienen cultura de atención al cliente. Total que peleo con el hombre y me quedo en la fila. Hago mi diligencia. Descanso un poco dentro y pienso: ¡Qué difícil es caminar con bastón en Caracas!



Fuente: ciudadescrita.blogspot.com
01/05/2010

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