viernes, 11 de febrero de 2022

Historia de Colinas de Bello Monte

La historia de Colinas de Bello Monte Durante el siglo XIX, se extendía por el sur de Sabana Grande la hacienda Bello Monte, productora de caña de azúcar. La antigua casa de la hacienda -ya desaparecida, ubicada al final de la actual avenida Casanova- fue visitada por el barón Alexander Von Humboldt durante su estancia en Caracas, en 1799, desde donde practicó observaciones astronómicas y mediciones meteorológicas. Para 1949, la sucesión Casanova, dueña de estos terrenos, planificó el desarrollo de Colinas de Bello Monte y fué la primera urbanización construida sobre laderas en Caracas, a pesar de que aún existía muchísimo terreno disponible en el valle caraqueño para construir. Su urbanizador fue Inocente Palacios, su pasión por la música, unida a una conexión muy cercana a la arquitectura brasileña a través de su amistad con Oscar Niemeyer, van a modelar tanto su visión como su ambición urbana. Palacios comienza a dedicarse abiertamente al urbanismo; promotor cultural vuelto promotor urbano. Ayudado por el arquitecto italiano Antonio Lombardini, llamado el “arquitecto de colinas”, y un notable equipo, hace Colinas de Bello Monte. El promotor empresario elabora con ellos las tipologías de la mirada belmontina: Lombardini le diseña “Caurimare”, su casa-conservatorio montada “en un pico de ésos”, una casa tan “absurdamente grande que hicimos muchos grandiosos conciertos, a veces hasta de cuarenta músicos”; Niemeyer, otro aficionado a los barrancos, idea el anteproyecto de un Museo de Arte para Caracas, una pirámide invertida que descansa incomprensiblemente estable en el borde de un barranco sobre su mínimo vértice; construye en una cañada la Concha Acústica, “un escenario al aire libre de condiciones acústicas excelentes”, para celebrar sus festivales musicales; llama a un concurso internacional para hacer la casa tipo de Bello Monte, cuya principal exigencia era que pudiera colgarse de la más aguda de las pendientes posibles, y cuyo proyecto ganador de José Miguel Galia, un pequeño prototipo “montado como un nido de águila en un cerro”, es inaugurado con aire festivo “para demostrar que se podía hacer”; así aparecen “las primeras casas fabulosas de Colinas”, las dramáticas villas en voladizo, con ecos de Libera y de Scarpa, “aquellas casas que salieron guindando” en el “Aunque Ud. no lo crea”, de Ripley; Palacios es también el mentor de audaces proyectos de arquitectura que le encargaba a los mejores arquitectos del país: Vivas hace el icónico paraboloide hiperbólico del Club Táchira, Alcock el ondulante óbus de ladrillo de Altolar, Vegas & Galia sus mitológicos edificios morochos. Aproximadamente en el año 1957 se inician las obras, y se dinamita el cerro El Perico para la construcción de la casa de Inocente Palacios. Una de las metas que guió el proyecto fue la construcción de viviendas unifamiliares con vista al Ávila. Así se estructuró un tejido compuesto de edificaciones aisladas en un perfil parcelario de variados tamaños y formas. Es una zona predominantemente residencial unifamiliar y multifamiliar con alturas máximas de diez pisos; que presenta también el uso secundario comercial, concentrado en las áreas más planas de su parte sur. La topografía cambiante, modela un perfil edilicio particular. Las casas unifamiliares se encuentran en las zonas de pendiente más pronunciada; y cuando la topografía se suaviza, en la margen derecha del Río Guaire, resaltan edificaciones corporativas de mediana escala, así como un gran número de edificaciones cuyos usos van desde el uso estrictamente comercial hasta el mixto residencial-comercial. En las áreas de topografía más abrupta resulta un factor común la fuerte presencia de vegetación, haciendo de la urbanización un pulmón verde de la ciudad, un desarrollo armónico con altos valores ambientales y paisajísticos. Esta urbanización significó un proyecto de desarrollo arquitectónico armónico marcado por la confluencia del paisaje natural y urbano, constituyendo una de las primeras respuestas ante el apresurado crecimiento de la ciudad de Caracas a mitad del siglo XX. En el afiche de promoción de las ventas de la urbanización se presenta la imagen de las colinas como ondas superpuestas de colores que fácilmente se pueden tomar por una partitura musical. En el año 2005 la urbanización Colinas de Bello Monte fue declarada por el Instituto del Patrimonio Cultural como Bien de Interés Cultural de la Nación, y publicado en la Gaceta Oficial de la República Bolivariana de Venezuela N. 38.234 de fecha 22 de julio de 2005 como una de las manifestaciones tangibles registradas en el I Censo del Patrimonio Cultural Venezolano 2004-2005, y por la Alcaldía del Municipio Baruta como Quinto Bien de Interés Municipal según el Decreto 128-04/2005 de fecha 14 de abril de 2005. Fuente: El Colinero

domingo, 25 de julio de 2021

Recuerdos gastronómicos de Caracas.

El Picadilly es la primera fuente de soda american dinner que asoma en Caracas a finales de la década de los 40. Estaba situada en El Conde, urbanización clase media cuyos linderos se confundían con los de San Agustín del Norte. Fue el primer drive in que tuvo la capital. Sus merengadas, malteadas, helados preparados y sándwiches seguían el patrón del norte, incluyendo clásicos históricos como el club house o club sándwich. En las noches era un hervidero de vehículos, dentro de los cuales la gente joven hacía bulto y bulla, acelerando el tránsito de los mesoneros cargados con las bandejas provistas de aquel mecanismo que las fijaba en el marco de los vidrios laterales del carro.

Como detalle curioso -y poco conocido- vale recordar que la competencia más cercana al Picadilly, por la calidad de su oferta, era la fuente de soda de una clínica: el Centro Médico de Caracas, ese que todavía se levanta en San Bernardino. Sus sándwiches, particularmente los de ensalada de pollo eran una invitación digna de atender.

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Y llegaron los CADA

La Caracas de finales de los años 50 recibe entusiasmada la presencia de las fuentes de soda CADA, supermercados regados poco a poco por toda la geografía nacional por una empresa filial de las de Nelson Rockefeller, empresario y político integrante de la famosa familia. Estos negocios eran una copia al carbón de las norteamericanas, tanto en la arquitectura interior como en la oferta gastronómica, la cual redondeaba el viejo concepto ya citado del american dinner o small dining-room, donde el menú ofrecía desde sopas y platos fuertes hasta variedad infinita de emparedados, así como unos copiosos desayunos.

La carta de sándwiches se dividía entre fríos y calientes. El término frío estaba referido al relleno y entre ellos sobresalían los de atún, ensalada de pollo y ensalada de huevo, todos con mayonesa; y que siguen siendo caballitos de batalla en Estados Unidos. Entre los calientes, la mayoría de los cuales eran presentados abiertos, para comer con cubiertos, la estrella era el de pavo, bañado con una salsa o gravy de inconfundible sazón gringa y señoreo de la pimienta.

Los platos fuertes listaban, entre otros, el churrasco, el pollo en canasta, el bistec picado, que era una hamburguesa rectangular y sin pan, o el steak de jamón virginia, con piña; todos estos condumios de consistencia venían acompañados por una ensaladita verde, precursora de los mesclun de ahora, sazonada con un ligero aderezo, antecesor del actualmente tan popular ranch. Las sopas eran todas enlatadas, Campbell´s por cierto. Merengadas, malteadas, refrescos gaseosos y la tradicional root beer eran las bebidas preferidas. Los helados preparados tradicionales: sundae, caramel pecan, hot fudge, banana split, entre otros, competían con los pies de manzana, cereza o limón, o con el tentador shortcake de fresas para poner el punto final.

No te bajes del carro

En la misma época, años 60, florecen los drive´s in, particularmente en el Este de la ciudad, que pronto ganan terreno en el interés de la clase media y se convierten en lugar de encuentro y reunión para los pavos de aquellos años. Los más importantes fueron El Faro, situado en La Castellana; Tacos, ubicado en El Rosal y El Tolón, en Las Mercedes, donde ahora está el centro comercial homónimo.

Eran sitios que, además del área para los vehículos, tenían numerosas mesas; inclusive, el Faro sumaba un piano bar, medio escondido, pero muy concurrido por parejitas que buscaban música y ambiente cómplices. Afuera, en las mesas, los jóvenes solían conversar mientras trasegaban unas cervecitas, acompañadas por las infaltables papas fritas, rociadas con abundante ketchup. Entre El Faro y el Tacos se dirimía una disputa –nunca resuelta, creo- acerca de dónde preparaban el mejor club sándwich o club house de la ciudad.

Al estilo de los Drugstores

En el panorama capitalino de los años setenta comienzan a surgir otros locales más elaborados, cuyo patrón también provenía de Estados Unidos: los drugstores, que allá habían evolucionado de algo más que una farmacia hasta casi convertirse en verdaderos centros sociales, particularmente en los pueblos y ciudades pequeñas.

Aquí, el primero de ellos y el más importante fue Le Drugstore, ubicado en el Centro Comercial Chacaíto y que se constituyó en la base de operaciones de la gente joven y a la moda de esos años. Allí surgieron los primeros sándwiches deli de Caracas. Estaban numerados, tenían nombre propio y combinaban creativamente ingredientes diversos, así como distintos tipos de pan. Recuerdo especialmente el Dean Martín, hecho con pan de centeno y cuyo principal ingrediente era el roast beef. También el llamado Súper Salvaje, con lengua, corned beef y pollo. El cole slaw, esa ensaladita rallada de repollo y zanahoria, tan popular ahora, despertaba el interés curioso en aquella época.

También en Le Drugstore causaban sensación los perros calientes gigantes, servidos por centímetros y las enormes jarras de cerveza, que constituían un espectáculo gratis para los mirones. Una serie de mini tiendas ocupaban parte del local, así como varios monitores de televisión que ofrecían entretenimiento a los parroquianos, mientras el sonido ambiental redondeaba la escena. Era un sitio de esos que llaman “para ver y dejarse ver”, adonde asistían los miembros de la farándula y del jet set capitalino, siendo parte del show el desfile de mujeres bellas que copaban el lugar.

Le Drugstore no estuvo solo mucho tiempo porque se inaugura el Centro Comercial Concresa, donde abrió El Carrusel, una fuente de soda muy amplia, demasiado quizás, la cual tenía un concepto y una oferta parecida a la de su competidor.

Vale también un recuerdo para dos sitios que aunque activos actualmente vivieron sus momentos de gloria en la Caracas de aquellos años: El Cubanito y el Taxco; especializado el primero en pequeñas hamburguesas llamadas “fritas” y en los sándwiches cubanos, con pernil, queso amarillo y pepinillos. Taxco, que todavía se mantiene en su local original de la urbanización Las Fuentes, en El Paraíso, capturaba a sus devotos también con pequeñas hamburguesas, con una salsa que parecía mostaza pero no lo era, y con unas limonadas granizadas de las cuales se sentían orgullosos.

Mientras estos locales atendían el interés de los caraqueños, poco a poco se abrían paso las cadenas internacionales del fast food. El pionero, curiosamente no fue Mac Donald sino TropiBurger, seguido por la franquicia de los arcos dorados y otras marcas, pero esa es otra historia, más reciente y más conocida, en la cual participan también los nuevos conceptos de los cafés, sitios donde sigue reuniéndose la gente, pero el ambiente es más sofisticado y la oferta gastronómica tiene mayores pretensiones.

Desde la gloria del Picadilly han pasado más de 60 años y el viejo estilo de la fuente de soda o cafetería estadounidense es sólo una evocación para quienes lo disfrutaron. Forma parte del país que ya no es.

Desconozco el autor.