lunes, 12 de mayo de 2008

La lengua de los caraqueños



Contribuido por Eloi Yagüe Jarque

Contaba el destacado filólogo Ángel Rosenblat en su libro Buenas y malas palabras, que cualquier extranjero que viniera a Caracas se sorprendería y hasta se sentiría desconcertado por nuestra forma de hablar, así fuera hispano parlante.

Por ejemplo, se asustaría si alguien lo invitara a caerse a palos sin aclararle que de lo que se trata no es de pelear sino de tomarse unos tragos. Lo cierto es que la lengua de los caraqueños está hecha de muchos préstamos debido a que la ciudad es un sitio de paso de gentes de múltiples procedencias. Así tenemos que para un visitante extranjero que venga por primera vez a nuestra capital le será muy difícil entendernos si alguien no lo ayuda.

Eso pasó el otro día con mi amigo Peter, un joven neoyorkino estudiante de español, a quien tuve que ayudar para sacarlo de ciertas dificultades en que se metió. La primera fue cuando quiso comprar un CD's a un buhonero. Preguntó el precio y el vendedor informal le respondió: 'Dos lucas, papá'. Yo, que estaba a su lado viendo CD's, salí en ayuda de un Peter desconcertado que consultaba su diccionario de bolsillo donde, por supuesto, no halló lo que buscaba.

Le expliqué que 'lucas' son miles, mientras que 'tablas' significa centenas de miles, y 'biyuyo', dinero en general. Y 'papá' es un trato familiar que se ha extendido entre los ciudadanos más confianzudos.

Contento con la adquisición de sus nuevas palabras, las empezó a usar con entusiasmo. Tanto que al intentar sacar plata de un telecajero le dijo a un individuo que tenía detrás: 'Saqué tres tablas. Chévere de pinga!!'. Y el individuo, ni corto ni perezoso, le dijo: 'Bájate de la mula o te quiebro'.

Como el gringo no lo entendió se dispuso a seguir su camino. Entonces el malandro le dijo: 'Quédate quieto o te clavo un chuzo'. Para su fortuna, por ahí pasaron unos policías en moto y al verlos el choro se piró.

Peter, que al final comprendió que estuvo a punto de ser atracado, les dio las gracias, pero ellos también le pidieron que se bajara de la mula. Al ver que no comprendía ni papa lo dejaron tranquilo.

Eso se llama 'matraca' -le expliqué días después, cuando me contó el episodio. Por supuesto también le expliqué que 'choro' significa ladrón, al igual que 'malandro', y que a los policías los llamamos una libretica lo que significaban las palabras caraqueñas que no aparecen en los diccionarios oficiales del idioma y menos en el de la Academia de la Lengua.

En eso estaba cuando me di cuenta de la dificultad de explicarle por ejemplo el uso de la palabra 'vaina' y todas sus variantes:

'una vaina': una cosa;
'echar vaina': bromear;
'ni de vaina': ni por casualidad, por nada del mundo;
'de vainita': por un pelo;
'qué vaina': expresión que se usa para lamentarse de una situación desagradable.

Fue difícil que entendiera que era muy diferente decir: 'te voy a echar vaina' a 'te voy a echar una vaina', pues en el primer caso se trata de bromear mientras que en el segundo es una amenaza. Se reía el gringo al ver nuestra forma de encarar los tamaños de las cosas y las diferencias entre vainita, vaina y vainón.

Pero también fue trabajoso hacerlo comprender que para nosotros 'poco' es mucho. Por ejemplo: 'en la cola había un poco de carros', mientras que 'pocotón' es muchísimo: 'había un pocotón de gente saliendo del Metro'.

También traté de explicarle que 'burda' es mucho o aumentativo. Por ejemplo: 'fulano y yo somos panas burda'; 'ese señor es burda'e viejo'. Peter se rascaba la cabeza y decía 'yo no entender nada'.
'Piano, piano', le decía yo, y tenía que aclararle que no me refería al instrumento musical sino a la expresión de que poco a poco se llega lejos.

'Vamos a tomarnos unas birras y te sigo explicando', le dije y le aclaré el significado de la palabra 'birra', o sea cerveza. Una de las cosas que más lo divertía es nuestra manía de los diminutivos. Una mañana lo invité a desayunar y se rió mucho cuando pedí pastelitos, cafecitos, y cuarticos de jugo. Al principio no los usaba bien pues decía cosas como 'me voy en metrico', o 'me comí un perrocalentico', pero poco a poco fue aprendiendo el uso correcto que, por lo demás, es totalmente arbitrario.

Luego tuve que hablarle de las frutas, ya que le gustan mucho, y explicarle que patilla no es el pelo que nos dejamos debajo de las orejas sino la sandía, y que la parchita es lo que en gringolandia llaman 'passion fruit' y en Brasil 'maracuyá' , y que plátano es... bueno, el plátano pues!

El otro día lo vi manejando una motico china por las calles de Caracas. Se veía feliz.'Que pasó, chamo!. Me costó tres palos' dijo muy orondo. Había descubierto la mejor forma de conocer la ciudad: sobre dos ruedas. Pero mi sorpresa fue mayor cuando sonó en aquel momento un celular y Peter se disculpó conmigo. Su conversación fue más o menos así:'Marico, la jeba me embarcó. Qué raya. Yo que la tenía cuadrada. Iba a recogerla para ir a la rumba en Las Mercedes pero me dejó el pelero. Y ahora me está pidiendo cacao. Qué va pana, no me la calo más'.

Mi sorpresa fue en aumento a medida que escuchaba la conversación. Peter ya se había aclimatado lingüísticamente. Pero la consagración de la primavera llegó cuando alguien se acercó a pedirme una dirección y Peter hizo lo que cualquier caraqueño haría: responder aunque no le hubieran preguntado a él. Y ahí, montado en su moto y sin despegar el celular de su oreja, le indicó al solicitante frunciendo los labios y
señalando con ellos. Así me di cuenta de que aunque no hubiera nacido en Caracas, Peter ya merecía el título de hijo adoptivo de la ciudad.

Definitivamente los caraqueños deberíamos emprender la tarea colectiva de hacer un diccionario que registre nuestra forma de hablar ya que, si seguimos así, ni siquiera nos entenderemos entre nosotros mismos.



Gracias al amigo Nelson Penso por enviarme este artículo

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